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Gatos, Animales Magicos y Diferentes, Castro-Castalia Bullmastiffs

Gato de los Ojos de Oro, Castro-Castalia Bullmastiffs

Mágico es el movimiento del gato.
Un cuerpo único, pensado para la máxima flexibilidad y el más sofisticado equilibrio.
Músculos y huesos al servicio de la elegancia, nada es dejado al azar.
Por eso quizás se comprenda que el gato sea, de entre todos los mamíferos, aquél que sepa hacer mejor uso de
su incomparable capacidad de sincronización.
Una precisión llevada al extremo, impecable, incomparable, que le permite desafiar sin miedo las estrictas leyes de la gravedad.

Dijo Keyserling que  “los animales se hallan en un estado de equilibrio perfecto y nada ven más allá del mundo ambiente en que viven. No piensan, por tanto no sufren. Aquella atención absoluta del gato que acecha una lagartija, el hombre no la tiene nunca”.  Keyserling era un filósofo y científico alemán de las postrimerías del siglo XIX y cuando esto dijo se refería al equilibrio no en el sentido estricto del contrapeso, contrarresto y la armonía entre cosas diversas, ni al estado de un cuerpo cuando encontradas fuerzas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente, ni tampoco a un peso que es igual a otro peso y lo contrarresta. Menos aún a los actos de contemporización, prudencia o astucia encaminados a sostener una situación, actitud, opinión, etcétera, insegura o dificultosa. Quizás quería referirse, eso sí, a la ecuanimidad, mesura o sensatez en los actos y los juicios que se le atribuyen como capacidades exclusivas del ser humano y de las que, sin embargo tan pocas veces sabemos hacer gala.

Y tal vez sea verdad que el gato, como animal irracional que se supone que es, no piense, ni use la sensatez en sus actos y juicios, y sí su instinto. Un instinto atávico y poderoso, depurado, magnífico, en estado puro, que no se ha visto mancillado ni trastocado aún a pesar de los muchos siglos en los que venimos procurando su total domesticación sin demasiado éxito, por cierto, dado que a pesar de nuestros reiterados esfuerzos continúan siendo seres libres y dinámicos.

Talvez no use, digo, sensatez en sus actos y juicios, pero indudablemente, como apuntó Keyserling, es capaz de mantener su atención absoluta cuando acecha una presa, sin dejarse distraer por nada de cuánto le rodea. Tanto como es capaz de mantener intactas toda otra serie de capacidades, que le permiten continuar teniendo el pleno control de sus vidas, incluso si –como hemos visto a lo largo de sucesivos capítulos— también han sabido aprovecharse en beneficio propio ¡y muy bien!, de las ventajas obtenidas de un cierto grado (muy comedido) de domesticidad.

Y entre esas capacidades que mantiene intactas hay una que nos llama poderosamente la atención. La forma en que maneja su cuerpo; cómo controla cada uno de sus músculos, para moverse, para correr, para saltar, para esquivar un obstáculo, para girar sobre sí mismo, para alcanzar alturas imposibles, para cubrir trayectos complicados.

Sin ningún esfuerzo aparente, el gato –incluso el más orondo y pánfilo—es capaz de caminar sin perder un ápice de su elegancia innata, por un ceñido muro y hasta por un delgado cable, gracias a la enorme flexibilidad de los huesos que forman el hombro (omóplato y clavícula “flotante”), que le permiten mantener las dos patas delanteras juntas, colocando siempre una por delante de la otra incluso en una superficie tan exigua y limitada como pueda ser la de una estrecha valla de madera, en actitud de autentico funambulista.

Permanentemente desafía la gravedad y lo hace sin inmutarse apenas; es capaz de saltar una distancia cinco o seis veces mayor que la propia longitud de su cuerpo, sin despeinarse y para ello, le basta con observar previamente su objetivo, medir la distancia con la ayuda de su depurado sentido de la vista, encogerse sobre sí mismo antes de lanzarse hasta el otro extremo, aterrizando a unos centímetros del lugar que quiere alcanzar para de esta manera sus patas traseras sean capaces de caer justo ahí, dónde las quiso poner. Y mientras ejecuta toda la acción, en esas milésimas de segundo, utiliza su larga cola a modo de timón para corregir al vuelo cualquier mínimo error de planteamiento, si es que lo hubiera, que raramente lo hay.

Cierto es que la mayoría de los mamíferos poseen un agudo sentido del equilibrio, pero en los felinos la capacidad de sincronización es todavía más depurada y en el gato, excelsa. El contrario que nosotros, mucho más torpes e incapaces de corregir nuestro desequilibrio cuando se produce porque cuando nos percatamos de ello ya es demasiado tarde, ellos emplean un sistema de control que les permite ajustar con toda precisión la posición de la cabeza, al estilo de las aves de presa, gracias al sofisticado uso que hacen de una parte concreta del oído interno, el vestíbulo, dónde se encuentran unos canales rellenos de líquido y recubiertos de millones de pequeños pelos, capaces de controlar el equilibrio en todo momento e indicarle al animal cuál es la exacta colocación del cuerpo y la cabeza, mientras ejecutan cualquier acción.

A la información que el gato recibe de su oído interno, se suma, siempre en perfecta sincronización la que le envían los ojos y cada uno de los músculos de su flexible y fibroso cuerpo; son acciones reflejas, básicas, instintivas, depuradísimas en las que intervienen una serie de reacciones automáticas, en cadena. No en vano, en 70 milisegundos desde que un gato empieza a caer durante la ejecución de un salto, e incluso si se trata de una caída accidental, vista y oído se complementan a la perfección para permitir un aterrizaje limpio, sobre las cuatro patas, sin oscilaciones, sin posibles errores.

Y quizás sea por esto, por su gracia natural, por su versátil movimiento, por la ductilidad de sus giros, por la elegancia de su actitud cualquiera que sea la situación, por lo que resulta tan atractivo y, a la vez, tan enigmático.

¿SABÍAS QUE…? El gatito apenas necesita dos semanas de vida para ser capaz de coordinar la información que recibe de los distintos órganos (especialmente de la vista y del oído) y poder así equipararse a un gato adulto en lo que al movimiento, la flexibilidad y el equilibrio se refiere. Juegos, saltos, carreras locas y desmedidas, escaladas y descensos constituyen no sólo las travesuras propias de un jovencito divertido y sumamente activo sino y sobretodo una forma imprescindible de aprendizaje y puesta a punto, que les permite desarrollar a la perfección estas capacidades.

MUY CURIOSO... El cuerpo del gato es pequeño, fuerte, compacto y muy flexible y está compuesto por un sistema de músculos –en número de aproximadamente 500--, unido al esqueleto, que es responsable de sus movimientos. Los más potentes son los músculos que conforman el cuarto trasero, con los que consigue impulsarse, saltar, abalanzarse y correr, junto con los de la mandíbula, para hacer presa y morder.  Pero, y esto es lo verdaderamente curioso, cuenta con una articulación muy peculiar, la del hombro, compuesta por omóplato y clavícula, siendo ésta llamada flotante, por cuanto es delgada y no va unida en sí misma a la articulación, de tal manera que permanece independiente en el músculo, lo que permite movimientos de los hombros sin apenas restricciones. Esto explica que el gato pueda desenvolverse en espacios pequeños, deslizarse sobre angostos y estrechos pasajes y colocar sus patas delanteras una detrás de otra en una perfecta línea recta para caminar por lugares inverosímiles.

OJO AL DATO... El órgano del equilibrio está situado en el oído interno; se conoce con el nombre de vestíbulo y consta de tres canales semicirculares que están rellenos de líquido (fluido de la escala vestibular) y recubiertos por millones de diminutos pelos. Cuando el animal mueve la cabeza, el líquido contenido en estos canales “chapotea”, roza los pelillos y desencadena un reflejo autocorrector del movimiento, enviando señales al cerebro que el gato es capaz de identificar para conocer la velocidad y la dirección asociada a cualquiera de sus movimientos. Esto explica porqué, tras cualquier movimiento brusco, salto, carrera, desplazamiento de cualquier índole, el gato acostumbre a agitar rápidamente la cabeza durante un par de segundos; es la forma en que restituye el líquido a su lugar, quedando otra vez presto a cualquier nueva acción correctora.

¡SORPRENDENTE!... El gato tiene en total 244 huesos; esto significa que supera en 40 a nuestro propio número y de estos 40 la mayoría están repartidos entre la columna y la cola, principalmente, lo que justifica su elasticidad y flexibilidad. También los discos entre las vértebras son más gruesos que los de los humanos, estirándose y contrayéndose mucho más que los nuestros, permitiéndoles no sólo amortiguar mucho mejor el efecto de choque durante el movimiento, sino adoptar posturas impensables en nuestro caso.

Por si todo esto fuera poco, además el gato es capaz de saltar sin imputarse unos 9 a 11 metros de altura y aumentar la longitud de su cuerpo un 10 a 12% más con sólo estirarse completamente. En sus saltos emplean la fuerza bruta del impulso obtenido por la acción de sus potentes músculos del cuarto posterior, que complementan con la acción de timonel de la larga cola,  en tanto que con las patas delanteras recuperan todo el equilibrio en una décima de segundo.

(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito)

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