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Ankara, la dignidad de un adios, anecdotas, Castro-Castalia Bullmastiffs
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Ankara, la dignidad de un adios, anecdotas, Castro-Castalia Bullmastiffs

Ankara y Chris

Quizás lo más difícil de todo cuanto significa compartir mi vida con mis queridos Bullmastiffs sea tener que decirles adiós con demasiada frecuencia. Lo dijo Menandro: <<aquél a quien aman los dioses, muere joven>>. Y sin duda alguna, nuestros amigos los perros, por razones puramente naturales y fisiológicas, tienen una vida mucha más corta que la nuestra y se van de nuestro lado demasiado pronto, siempre demasiado pronto…

Debería quizás haberme acostumbrado ya a lidiar con la tristeza que implica cada nuevo adiós, pero sigue siendo doloroso, tanto como aquella primera vez cuando apenas levantaba unos pocos palmos del suelo y enterré a mi primera mascota en el jardín de mi casa de Estoril, bajo su árbol favorito, ése que le cobijaba y daba sombra en las calurosas y húmedas tardes de verano. Y en todos estos años lo único que he aprendido es a intentar aceptar cuando uno de mis queridos peludos me pide, con su mirada profunda e inteligente, que le deje ir en paz, sin prolongar inútilmente su sufrimiento y nuestra angustia.

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No hace tanto, mi vieja “Ankara”, con la que he compartido tantas y tantas cosas, decidió que había llegado su hora y que no quería sobrevivir a otro invierno que se presentaba crudo, lluvioso y triste. Era un día especialmente gris de noviembre y en vez de estar tumbada como habitualmente, en su mullido sofá en el salón, optó por salir al jardín y buscó ocultarse entre el denso follaje de las arizónicas, en un intento vano –quizás—de pasar desapercibida y dejarse morir sin molestar a nadie.

Pocos días antes habíamos estado en el veterinario para su chuequeo trimestral y a pesar de sus lógicos achaques, unos propios de su avanzada edad y otros causados por el envenenamiento bestial que algún animal de dos patas le había procurado, lanzando un par de años antes un cebo tóxico por encima de la valla, nada parecía hacer presagiar que le hubiera llegado la hora. Los análisis eran incluso, especialmente buenos, teniendo en cuenta sus once largos años y las propias secuelas que el veneno le había dejado en todo el organismo. Y sin embargo, ese jueves de noviembre, “Ankara” decidió que había llegado el momento de poner fin a su vida.

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No sabría decir cómo ni por qué fui consciente de ello; volvía de Madrid y me la encontré tiritando, tumbada en un rincón, bajo las ramas que chorreaban restos de lluvia mientras mi madre me explicaba que sencillamente no había habido manera de convencerla de que dejara aquél lugar y subiera a casa.

Me miró largamente. Y comprendí. Se me vinieron entonces a la mente esas historias de los indios americanos que, a sabiendas de que está llegando su hora, se apartan de los vivos y buscan un lugar en el que dejarse morir despacito y sin hacer ruido. Y supe que ella ya lo había decidido.

Minutos después íbamos ella y yo en el coche, camino de la clínica veterinaria y yo sabía, como lo sabía ella, que habíamos llegado a un punto de no retorno. “Ankara” iba especialmente tranquila, respirando pausadamente con su cabeza apoyada sobre mi rodilla, como era su costumbre, totalmente entregada, como también era su costumbre, y durante esos treinta kilómetros que se me antojaron especialmente cortos y difíciles, reviví todo aquello que habíamos compartido durante más de una década. “Ankara” recién nacida y todavía mojadita, creando ya un especial vínculo conmigo, que no sabría explicar pero que ocurrió cuando la vi nacer y la tuve en mis manos; “Ankara” pariendo sus cachorros mientras jadeaba y me miraba con su expresión mágica, acompasando sus contracciones al ritmo de mis <<¡empuja, “Ankara”, empuja…!>>, que han quedado grabados para siempre en algún capítulo del programa de televisión <<Uno más en la familia>>; “Ankara”, después de aquél espantoso envenenamiento que no la arrebató de mi lado simplemente porque pasamos veintiún días con sus veintiuna noches peleando a brazo partido las dos para que saliera adelante; “Ankara” siempre como algo especial en nuestras vidas, gravitando a nuestro alrededor con su ternura y su magia… y luego “Ankara”, mi valiente “Ankara”, decidiendo que había vivido lo bastante y que quería irse cuando aún le quedaban fuerzas para hacerlo con dignidad y honor.

Cuando llegamos a la clínica no tuve que explicarle nada a Jota; sabía, porque así lo habíamos hablado una y mil veces, que llegaría quizás el día en que tendríamos que vernos para darle a “Ankara”, o cualquier otro de mis perros, descanso. Y “Ankara” caminó con paso firme, mucho más firme que en las últimas semanas y meses, hacia la sala de quirófano, sabiendo --¡sé que lo sabía!--, a lo que iba. Y otra vez me enseñó lo que es dignidad y pundonor.

La colocamos sobre su manta favorita, encima de la fría mesa; esa misma manta sobre la que había nacido y sobre la que había parido sus cachorros, una manta de cuadros marrones especialmente suave y cálida que tiene un significado especial y fetichista para mí y mi vieja “Ankara” se dejó manipular con la misma confianza con que lo hizo siempre, mientras yo le hablaba despacito y la acariciaba con toda la ternura, el amor y el respeto que me inspiraba su decisión y su valentía.

Un examen exhaustivo confirmó lo que yo ya sabía; que había empezado a decir adiós y que no había vuelta atrás. Estaba totalmente colapsada; su corazón apenas latía y las venas se habían reducido hasta convertirse en hilillos imposibles. Tanto, que un breve pinchazo directo sobre su enorme corazón le sirvió de puente y en apenas unos segundos languideció para siempre bajo mis besos.

Y mientras acariciaba su cabeza y llenaba por última vez mis pulmones de su característico olor dulzón y suave, que tanto echo y echaré de menos, recordé las hermosas palabras de Espronceda: <<Otra vez, ángel, volviste al cielo>>.

(*) Nota: Este texto sirve de introducción al libro ULTIMOS AÑOS DE MI PERRO, ADIÓS, AMIGO, ADIÓS y lo escribió dos meses después de la muerte de “Ankara”. Sirva de homenaje para todos los Bullmastiff que nos han acompañado a lo largo de veinte años y que ya no están con nosotros… Khalim, Garufa, Ankara, Píppi, Pulga, Sarah, Koira, Guirigay, Karamba, Vendetta, Darwin, Curro, Tirana, Merlín, Tequila, Tontón, los dos Yorkies, Chino y Chips, Jack, el viejo labrador rescatado de la nieve y mis dos gatos Piccolina y Murphy.

(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito).

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